Psicóloga
¿Te ha pasado que sientes cómo el corazón se te acelera y comienza a latir tan rápido que parece que te va a explotar? ¿O has tenido mareos que te hacen sentir como fuera de tu cuerpo, casi al borde del desmayo? ¿Sientes un nudo en el pecho que no te deja respirar? Una opresión que parece que te roba el aire, y que, por más que tratas de respirar profundo, no desaparece; al contrario, la sensación de ahogo se incrementa aún más. Puede que incluso estas sensaciones sean tan intensas que hayas tenido miedo de morir, o tal vez hayas pensado que hay algo más grave detrás de ellas. Si alguna vez te has encontrado en esta situación, quiero decirte que no estás solo/a. Lo sé, sé lo angustiante y aterrador que puede llegar a ser.
Estas sensaciones puedes haberlas experimentado en muchos momentos de tu vida cotidiana, y habrás comprobado que, con frecuencia, aparecen sin previo aviso, sin que haya ocurrido antes algo que las explique. Simplemente, aparecen adueñándose de tu cuerpo y de tu mente. A veces, la ansiedad llega a ser tan intensa que desencadena un ataque de pánico, la máxima expresión de la ansiedad ¿Te ha pasado?
Tal vez mientras esperas en la fila del supermercado, de repente empiezas a notar un calor que sube por tu pecho y comienzas a sudar. Tu corazón se acelera como si hubieras corrido una maratón. Y, aunque tratas de disimular, tu mente se pregunta: ¿Me voy a desmayar aquí delante de todos?
Quizás estás trabajando o estudiando, tratando de concentrarte en una tarea, cuando un mareo aparece de la nada. Todo a tu alrededor empieza a girar y te preguntas: ¿Qué me está pasando? ¿Hay algo malo en mí? Puede que, en ese momento, hayas dejado todo lo que estabas haciendo para ir al baño o a algún otro lugar apartado, por miedo a que alguien notara que algo te estaba ocurriendo.
Es muy probable que también te haya ocurrido estando con familiares o amigos. Estáis teniendo un rato agradable todos juntos, pero tú sientes una inquietud que no sabes bien cómo explicar. Es como si no pudieras relajarte del todo, como si tu cuerpo y tu mente estuvieran constantemente en alerta. Te sientes desconectado/a del resto de personas, como si estuvieras físicamente allí, pero no estuvieras realmente presente. Te empiezan a temblar las manos, el pecho se te cierra y piensas: ¿Por qué no puedo disfrutar como los demás? ¿Por qué me siento así si estoy rodeado/a de personas que quiero? Puede que te sientas incomprendido/a porque ellos no entienden qué te pasa. Tal vez te hayan dicho que estás exagerando, que no es para tanto o incluso que te lo estás inventando.
También es muy habitual que aparezcan mientras duermes. ¿Te has despertado en medio de la noche, sobresaltado/a, con estas sensaciones? Al darte cuenta, tu mente comienza a crear escenarios aterradores y a buscarle una explicación a toda esta situación: ¿Y si me está pasando algo grave y no hay nadie aquí para ayudarme? ¿Y si mañana no despierto?
Así, te encuentras constantemente revisando tu respiración, tomándote el pulso y evaluando cada síntoma que aparece y, aun así, nada parece calmarte. No importa cuántas veces te hayas repetido a ti mismo/a que todo está bien, la sensación constante de peligro sigue ahí. Tal vez hayas buscando en internet tus síntomas para encontrar respuestas que te tranquilicen, pero todo lo que lees parece confirmar tus peores temores: un ataque al corazón, un derrame cerebral, algo grave que nadie ha detectado todavía…
Puede que hayas ido al médico, y tras hacerte un chequeo, parece que todo está bien. Quizás te hayan recetado medicamentos para tratar estas sensaciones y pensaste que eso sería la solución. Y, aunque puede que hayas experimentado cierto alivio, las sensaciones siguen apareciendo. Entonces te preguntas: Si no es algo físico ¿qué me pasa? ¿Será que estoy perdiendo la cabeza? ¿Me estaré volviendo loco/a?
Por todo esto, las preocupaciones ocupan tu mente durante todo el día. Probablemente hayas comenzado a evitar lugares, situaciones y actividades por miedo a que la ansiedad vuelva a aparecer. Quizás ya no sales tanto como antes o evitas estar solo/a, por temor a que algo ocurra y no haya nadie cerca para ayudarte. Sin embargo, cuanto más evitas, más grande se vuelve tu miedo. Sientes que la ansiedad ha tomado por completo el control de tu vida. Sientes que ya no puedes vivir así. Necesitas que esta pesadilla termine de una vez.
Tal vez te digas cosas como: “Soy débil”, “Si fuera fuerte, ya lo habría superado”, “Esto no le pasa a la gente normal, seguro que hay algo malo en mí”. Entiendo que, con todo el sufrimiento que llevas a cuestas, pienses esto, pero ¿sabes qué? La ansiedad no es una cuestión de fortaleza o de debilidad, es una respuesta automática de tu cuerpo ante el peligro. Tú no eres débil. Al contrario, has estado sobreviviendo en medio de esta tormenta, día tras día, y eso requiere de fortaleza. Además, tampoco hay nada malo en ti. Lo que estás experimentando no es un defecto de fábrica ni una maldición que te ha tocado vivir. Son una serie de patrones que tu cuerpo y tu mente han desarrollado para protegerte. Y lo más importante es que estos patrones se pueden cambiar.
Hay algo importante que tienes que saber: Todas estas sensaciones, por muy intensas que puedan llegar a ser, no son peligrosas. Sé que puede resultarte difícil creerlo porque son tan sumamente desagradables que lo parecen, pero no es así. Al contrario, están aquí porque una parte de ti, muy profunda y protectora, cree que algo malo está pasando y está tratando de protegerte.
Comprender por qué surgen estas sensaciones en tu cuerpo cambiará la percepción que tienes de ellas, ayudándote a tomar conciencia de que no son peligrosas. Esto hará que empiecen a disminuir.
En tu interior existe una especie de alarma de emergencia que suena cuando hay peligro, y su función principal es protegerte. Esta alarma es la ansiedad y, aunque a veces puede resultar muy desagradable, en realidad tiene el objetivo de ayudarte a sobrevivir. Se activa ante cualquier señal de amenaza para que puedas reaccionar rápido, ya sea huyendo o enfrentándote al peligro. Es un sistema que ha sido clave para nuestra supervivencia como especie.
Por ejemplo, tu corazón late más deprisa porque el cuerpo quiere asegurar que tus músculos tengan todo el oxígeno que podrían necesitar en caso de que tengas que salir corriendo.
Tu respiración se acelera porque tu cuerpo está llenando los pulmones con más aire del habitual. Esto puede provocar hiperventilación, cambiando los niveles de oxígeno y dióxido de carbono en tu cuerpo, provocando sensación de mareo.
En la sensación de ahogo, aunque parece que no entra aire, en realidad tu cuerpo está recibiendo el oxígeno que necesita. Esa sensación de opresión es en realidad una tensión muscular que se produce en el pecho y el diafragma con la misión de prepararte ante una amenaza.
Como ves, todas estas sensaciones físicas que tienes son el resultado de la activación de esta alarma. Sin embargo, esta no siempre sabe distinguir entre una amenaza real, como un peligro físico, y algo que solo está ocurriendo en tu mente, como un pensamiento que te asusta o una preocupación intensa. Por eso, a veces se activa incluso cuando no hay un peligro real, simplemente porque percibe algo como una amenaza, aunque no lo sea.
Cuando esto sucede, la ansiedad, que en principio está diseñada para protegerte, termina generándote un gran dolor, mucha angustia y miedo, hasta llegar a interferir en tu día a día. Es como si la alarma estuviera desajustada, activándose en situaciones que no lo requieren o quedándose encendida sin motivo. Entender esto es el primer paso para poder manejar la ansiedad y devolverle su propósito real: ayudarte, no frenarte.
Este miedo y malestar seguramente te han llevado a creer que estas sensaciones desagradables son el problema y que debes luchar contra ellas para que se vayan. Es completamente normal que hayas llegado a esta conclusión. Pero el problema es que cuanto más te resistes, más fuertes parecen hacerse, ¿verdad?
Lo que ocurre es que la ansiedad no se reduce luchando contra ella, se calma cuando la comprendes y la escuchas. Y para llegar a eso, es importante entender que el problema no está en tu cuerpo, sino en cómo has interpretado esas sensaciones desagradables. Seguramente has creído que son peligrosas, pero esas sensaciones no son el enemigo, sino el mensajero que te viene a decir que hay algo que tienes que atender.
Sé que, en el momento en el que emergen estas sensaciones, lo único que quieres es huir de ellas para que desaparezcan cuanto antes. Te entiendo. Sin embargo, al tratar de huir y resistirte, lo único que logras es que se intensifiquen. Para que se reduzcan, es necesario permitir que tu cuerpo aprenda a tolerar estas sensaciones.
Por eso, te propongo que, la próxima vez que comiences a notar alguna de ellas, hagas lo siguiente:
Liberar la energía acumulada
A lo largo del día, permite que tu cuerpo libere la tensión. Muchas veces, estas sensaciones se vuelven tan intensas porque la ansiedad genera energía que tu cuerpo va acumulando. A menudo, esta energía se libera en forma de ataque de pánico, que es el pico máximo de ansiedad.
Para evitar esto, te sugiero liberar esa energía acumulada moviéndote. Sacude tus manos, brazos y piernas, todo el cuerpo a la vez, como si quisieras sacar esa energía. Deja que fluya. Esto ayuda a calmar el sistema nervioso y a reducir las sensaciones de ansiedad.
Aprender a respirar
Aprender a respirar de forma consciente te va a resultar muy útil para calmar la ansiedad.
Realiza este ejercicio dos o tres veces al día. La idea es que lo vayas practicando para interiorizarlo y poder utilizarlo en momentos de malestar.
Imagina una planta. Lo que vemos a simple vista son el tallo y las hojas. Estos representan los síntomas de ansiedad que estás teniendo: la taquicardia, los mareos, el ahogo… Todo eso es lo visible, lo que experimentas en tu día a día.
Los ejercicios que te he propuesto te van a resultar muy útiles para ayudarte a calmar esas sensaciones desagradables cuando se presenten. Trabajar esta parte visible ya es un primer paso muy importante y necesario. Pero los síntomas de la ansiedad no son el problema en sí, sino un indicador. Como ya te he explicado, son la alarma que tu cuerpo enciende para decirte que algo no está bien, que algo necesita tu atención.
Lo que ocurre es que, aunque cortes las hojas y el tallo, la planta seguirá creciendo si las raíces permanecen intactas. Eso mismo sucede con la ansiedad. Esas sensaciones desagradables son solo la parte superficial del problema. La verdadera causa está debajo, en las raíces que no se ven.
¿Y qué hay en esas raíces? Eso depende de cada persona. Pueden ser experiencias negativas del pasado o traumas no resueltos. Un duelo que no has podido procesar. Cambios o crisis en tu vida laboral o personal. Pueden estar relacionadas con una baja autoestima, con la dependencia emocional, con patrones de hiperexigencia, entre otros. Las raíces de la ansiedad son diferentes en cada persona, y son ellas las que hacen que la alarma de la que te he hablado se desajuste.
Algo que tienes que tener en cuenta es que el hecho de que las raíces de tu ansiedad puedan tener que ver con factores externos de tu vida que percibes como incontrolables, o con experiencias negativas del pasado que te marcaron, no quiere decir que estés condenado/a a vivir con ansiedad y que no puedas hacer nada para sanar. Precisamente, abordar todo lo que hay en tus raíces de la ansiedad hará que esta alarma pueda volver a funcionar correctamente y recuperes el equilibrio.
Si solo trabajamos lo visible, es decir, los síntomas, sin atender las raíces, la planta seguirá creciendo. Por eso es tan importante explorar qué hay en las raíces, qué es lo que la ansiedad está tratando de decirte a través de estas sensaciones.
Te propongo un ejercicio para que puedas comenzar a explorar.
Visualiza tu árbol de la ansiedad
Cierra los ojos y respira profundamente. Imagina que la ansiedad es como un árbol.
Ahora, dibuja ese árbol en un papel o simplemente visualizalo en tu mente. En las ramas, escribe o piensa: ¿Cuáles son las sensaciones o pensamientos más comunes que experimento cuando tengo ansiedad? En el tronco, escribe o piensa: ¿En qué situaciones aparecen más estos síntomas?
Reflexiona sobre las raíces
Hazte las siguientes preguntas:
Observa con curiosidad
Mira lo que has reflexionado en el punto anterior y pregúntate con curiosidad y sin juzgar:
El objetivo no es resolver las raíces de tu ansiedad rápidamente, eso es algo que requiere de tiempo, sino una invitación a indagar en ello y comenzar a dar pasos.
Enfócate en lo que puedes cuidar hoy
Ahora, elige una pequeña acción que puedas tomar hoy para cuidar de ti mismo/a. Por ejemplo:
Cierre del ejercicio
Pon la mano sobre tu pecho y respira profundamente tres veces. Puedes decirte en voz alta o mentalmente algo como: Estoy haciéndolo lo mejor que puedo.
Para terminar, quiero decirte que es completamente normal sentir miedo. Sé lo difícil que puede ser vivir con ansiedad y tener el valor de pedir ayuda. A menudo, se piensa que hacerlo es un signo de debilidad, pero yo creo que es todo lo contrario. Pedir ayuda es un acto de valentía y de profundo amor hacia uno/a mismo/a.
Espero que toda esta información te haya resultado útil y que puedas ponerla en práctica. Si sientes que necesitas acompañamiento en este proceso, recuerda que no estás solo/a. Estoy aquí para ayudarte, y estaré encantada de caminar contigo si decides dar ese paso.
Si quieres, puedes ponerte en contacto conmigo por email ainaraaramburupsicologa@gmail.com o a través de WhatsApp.
Psicóloga
Este sitio web utiliza cookies y otras tecnologías para almacenar y acceder a la información del dispositivo. Con tu consentimiento, procesamos datos como el comportamiento de navegación y las identificaciones únicas. No consentir o retirar el consentimiento puede afectar a ciertas funcionalidades del sitio.
Puedes aceptar todas las cookies pulsando 'Aceptar', rechazar su uso pulsando 'Rechazar' y configurarlas pulsando 'Configurar preferencias'.
Para más información consulta la política de cookies.